lunes, 3 de agosto de 2009

CRISTOBAL, MI HIJO CON AUTISMO





Este testimonio no pretende ser un best seller pero mi más grande deseo es llegar primero que nada a esos padres que al igual que nosotros tienen un hijo discapacitado. Lo único que intento es compartir mis sentimientos de un despertar brusco a la realidad. El reconocer que los sueños se pierden y entrar a conocer lo que ignoramos.

Sé que muchos se identificarán con lo que nosotros pasamos porque lo han vivido y viven muchos padres, familiares y amigos. Pido perdón a aquellos a quienes les recordaré su tristeza y aspiro a que comprendan que no están solos, porque siempre hay alguien que vivió, vive y vivirá un caso similar al nuestro. Abrazo a los que se sentirán identificados, pero comprendidos.
Le doy gracias a Dios por permitirme compartir lo que aprendimos con mi hijo y no guardar los recuerdos en mi corazón y en papeles sueltos. De haber sido así, ahora no podría escribir mi testimonio.

Esta es mi experiencia personal y me sentiré satisfecha si usted amiga o amigo lector se pone por unos segundos en el lugar de uno de los cientos de padres que tienen un familiar sumergido en ese mundo diferente.


¡Su hijo es autista!


En la consulta del médico sentí que resbalaba de la silla. Fue tanta mi impresión que quedé muda y confundida. Entendí sin demasiadas explicaciones el diagnóstico aunque no de manera clara.
¡Su hijo es autista! Me repitió el doctor. Lo miré enojada porque no quería seguir escuchándole. Lo primero que hice fue abrazar a mi niño y en un gesto de desesperación lo estreché tanto que se puso a llorar. Evitando la mirada del médico e ignorando sus palabras, me dediqué a mirar por la ventana mientras acariciaba el cabello de mi hijo. El cielo estaba hermoso, con un sol radiante mas para mí todo había perdido sentido.
Con mi hijo en brazos salí de la consulta cómo sonámbula y me senté en la sala de espera. Cerré los ojos y mis recuerdos comenzaron a fluir rapidamente. Mi mente era una cámara fotográfica que no quería dejar escapar nada de mi pasado porque el presente que estaba viviendo era demasiado cruel y no podía asimilarlo todavía.

Después de cinco años de noviazgo, en Enero del año 1984, nos casamos con Claudio. Dos años antes tuve que ser intervenida quirúrgicamente y corría el riesgo de no tener hijos. Contrario a lo que pensamos, diez meses más tarde nació Claudia. Ella vino a completar en parte nuestra felicidad, pero reconozco que ser madre no fue tan fácil. Luego, cuando mi hija tenía 9 meses de edad, quedé nuevamente en estado y por medio de una ecografía se confirmó que era un varón. Claudia era una niña inquieta y alegre, el retrato vivo de su padre y se sentía feliz con la llegada del hermano.
Claudio desde un principio demostró ser un padre responsable y estaba orgulloso que su apellido pasara a su hijo como heredad ya que entodo Chile su apellido no lo llevaba nadie más que su familia. Nos sentábamos largas horas haciendo planes y conversando de nuestro futuro familiar. Nos creamos un mundo maravilloso, con sueños y proyecciones.

Abrí los ojos y mis sienes latían aceleradas. Las palabras del médico seguían resonando en mis oídos:
_Su hijo es autista, autista, autista…

Me acordé de él y comencé a llamarlo, desesperada.. Ahí estaba, de nuevo en el baño, abstraído contemplando el agua que corría en el lava manos, en otro mundo, muy lejos de mí. No escuchó mis gritos y tampoco reaccionó cuando lo alcé en mis brazos y lo inundé de besos. Quería sentirlo a mi lado pero era inútil. Muchas veces le hablaba y repetía su nombre pero parecía no oírme.
Poco después llegó Manuel con Claudia que ya tenía cuatro años y medio. Me pareció que un siglo había pasado desde que se marcharon. En unos minutos mi vida había cambiado, no era la misma persona. Estaba derrumbada en una silla, sin fuerzas en el cuerpo y mi alma seca.
Qué fue más fácil para mí, recibir o dar la noticia, todavía no puedo definirlo. Aún reprocho al medico por no habérnoslo dicho a los dos juntos. Pienso que tal vez hubiese sido un poco menos traumatico. No quería repetir la palabra autista y me daba miedo escuchar de mis labios algo que mi corazón se negaba a aceptar. Al mismo tiempo, me sentí culpable por lo que estaba sucediendo. Sin más remedio y ante la insistencia de Claudio comencé a decirle que nuestro hijo padecía de autismo.
-Pero tengo entendido que los autistas son super inteligentes… -me dijo muy despacio.
Le respondí molesta que no era así. Que el autismo es un nombre bonito que se le dá a la demencia. Nuestro hijo nunca sería normal, no podría casarse, tener hijos y sería siempre dependiente de otros. Lo ví derrumbarse en una silla junto a todas sus ilusiones.

En el trayecto a casa en el bus, las lágrimas que había contenido comenzaron a fluir como un manantial. Claudio me observó sin hablar. Mi hija me acariciaba la cara y yo trataba de sonreirle. Comenzaron los silencios y las preguntas sin respuestas. Los dónde, cuándo, en qué momento... Muchas dudas y temores nos embargaron.
Recordé cuando Cristóbal tenía tres meses de edad y enfermó gravemente de una bronconeumonía bilateral más bronquitis obstructiva. Estuvo hospitalizado por casi un mes durante el cual no pude darle de mamar, tocarlo, ni siquiera estar a su lado por las reglas estúpidas del hospital. Después supe que los estudiantes, sin el consentimiento de la doctora, le clavaban agujas en la cabeza. Todavía ignoro para qué. Mi hijo estuvo a punto de morir pero se recuperó milagrosamente. Hemos pensado que, tal vez, en esos días algo que le hicieron o que simplemente le sucedió, pudo haber sido causa del autismo que sólo después conocimos. Una duda que siempre nos acompañará.
Hasta hoy nadie sabe qué es lo que ocasiona el autismo: todo son conjeturas. No voy a dar una explicación detallada porque hay demasiada información al respecto, pero uno de los síntomas que más me afectó fue la apatía y desinterés que mi hijo demostraba. Eso me causaba frustración porque lo normal es que los niños esperen los abrazos y los mimos de sus padres. Mi hijo podía estar tranquilo para luego tener ataques de llanto interminables o bien no llorar por varias semanas. Parecía sordo, hasta que comprobamos que sus oídos son sensibles al punto que reconoce el ruído de los coches a larga distancia.

Al llegar a casa me encerré en mi habitación por días. Fueron largas noches de insomnio y con Claudio no volvimos por un tiempo a tocar el tema. Tratábamos de seguir con nuestra vida normal pero la luz que había en nuestro hogar se había apagado.

Uno de los errores que cometimos fue darle demasiada protección a Cris. En mi ignorancia lo besaba a cada minuto, lo perseguía y le obligaba a mirarme. Muchas veces le afirmé su cabeza para que se concentrara en mí pero él no quería. Vivía sumergido en su mundo y no nos permitía entrar. Nos olvidamos de todo lo demás e involuntariamente descuidamos a Claudia. Estábamos tan ausentes de las necesidades de nuestra hija como del sol a la luna y no nos dimos cuenta del daño que le estábamos causando. Ya no le leíamos el cuento de cada noche y tampoco la escuchábamos con atención. Todo lo sucedido con Cris nos había impactado profundamente y Claudia por ser siempre tan precoz captó ese descuido y,con la inocencia de sus cinco años, lo confundió con desamor. Era una niña alegre la mayoría del tiempo pero pasó a segundo lugar y muchas veces se le obligó a mantener silencio para no molestar al hermano. Yo no podía hablar del problema aún, así que me costaba decirle lo que estaba sucediendo. Se me olvidó que ella conocía bien a Cris, que jugaba con él y que lo quería mucho, así como era. Se entretenían los dos de una manera especial porque Cris seguía a la hermana por toda la casa. Mi propio dolor provocó esta equivocación que afectó bastante a la niña. No puedo cambiar el pasado, pero gracias a Dios nos dimos cuenta a tiempo.


Viaje a Australia

Todo esto nos hizo olvidar que pocos meses antes habíamos hecho todos los trámites y exámenes medicos para viajar a Australia, y solo faltaba la confirmación del viaje, que nos llegaría por carta de la Embajada. En tanto, por recomendación de una doctora amiga, visitamos a una especialista en autismo la cual nos dijo que nuestro hijo no era autista y que al ser varon sería tardo al hablar. Fue tanta la alegría que experimenté por la noticia porque era un sueño volver a vivir la vida en forma normal. A los pocos días nos llegó la noticia de la confirmación de nuestra residencia en Australia.
Claudia, recuperó su personalidad y jugaba encantada con su hermano. Yo miraba al niño con ojos de madre y pasé por alto sus rarezas. En cambio Claudio, más racional que yo, me pidió que no creyera el cien por ciento a la doctora. A mí no me preocupaba tanto el porvenir, ni siquiera el viaje. Yo quería disfrutar al máximo con mis hijos y con mi esposo. Pero, la vida tenía otros proyectos muy diferentes a los que nosotros pensábamos.

Pocos meses mas tarde en Marzo de 1990, con un nudo en la garganta nos subimos al avión que nos traería a Australia. En el aeropuerto de Santiago dejamos a nuestros familiares llorando: tal vez nunca regresaríamos a Chile. Durante el trayecto los niños se comportaron maravillosamente y con Claudio nos dedicamos a hacer planes y a sonreir, sin tocar el tema de Cristóbal. No era el momento para ello: los temores por el cambio y lo que nos esperaba en un mundo desconocido, nos impidió pensar en otra cosa.
Cuando el avión estaba sobrevolando Sydney, todo se veía nítido, hermoso y casi podíamos tocar la tierra y las nubes con nuestras manos. Disfrutamos la imagen sorprendentemente clara de los techos rojos y del verde de la vegetación de esa ciudad a la que estábamos llegando. Habíamos emigrado para tratar de formar parte de una sociedad muy distinta a la nuestra y lo ignorado ocasiona desconfianza pero no podíamos evitar la ilusión de comenzar de nuevo.

En el aeropuerto nos esperaban mi hermana, su marido y sus dos hijos. Hacía ya 15 años que vivían aquí, de modo que con ella nos habíamos convertido en dos desconocidas. No fue fácil recuperar la plenitud del vínculo fraternal ni convivir con su familia. Tanto ellos como nosotros tuvimos que habituarnos a estar juntos aunque poco a poco fuimos asimilando la nueva realidad. Hoy en día tenemos una buena comunicación y puedo contar con ellos en casos de emergencia.

Nos propusimos ser felices en este país en dónde veríamos crecer a nuestros hijos sin dejar de inculcarles el amor a nuestras raíces. Pero el miedo a lo desconocido me dominaba. El sólo hecho de pensar en salir y perderme por calles extrañas y que algo le sucediera a mis hijos me descomponía. Pero, no decía nada, todo lo guardé dentro de mí, como un pecado. Debía aparentar fortaleza y aparecer segura. Como tantos que caminan por el mundo con la máscara de la serenidad y la alegría, escondiendo su debilidad.
Vivir en Australia

Las primeras semanas nos dedicamos a charlar con la familia. Fueron inolvidables momentos que pasamos reunidos, pero ellos estaban ocupados durante el día y no tenían tiempo de acompañarnos a ninguna parte. Claudio comenzó a estudiar inglés casi enseguida y Claudia empezó el kinder en una escuela cercana. Yo me quedaba en casa con Cristóbal, encerrada y sin saber qué hacer.

Dos meses después arrendamos un departamento pequeño frente al Hospital de Wollongong. Unos amigos nos ayudaron con toda la documentación y les estaremos eternamente agradecidos por tanta bondad para con nosotros.

No sabíamos como recomenzar y conforme pasaban los días nos íbamos sintiendo más desamparados. El no tener vehículo en este país puede llegar a ser un incoveniente que te paraliza, sobre todo si no tienes a nadie cerca a quien acudir. Y mis silencios… porque no había caso, no podía hablar de mi hijo. No podía expresar mi angustia y mi desaliento. Quería pero no podía. Tenía todo encerrado en una cárcel interior cuya cerradura no podía destrabar. A Claudio le sucedía lo mismo, pero eso no lo supe hasta mucho después. You seguía aferrada al diagnóstico de la doctora que dijo que Cristóbal sólo tenía tardanza para hablar.


Confirmación del autismo


Una profesora de Claudio nos puso en contacto con un centro especializado en el cual le hicieron a Cristóbal todos los análisis de nuevo. Nos comunicábamos con una intérprete española quien nos acompañó a las citas con los médicos y especialistas. Fue una etapa difícil pero necesaria. En pocas semanas volvieron a diagnosticar a Cristóbal su autismo y de nuevo las ilusiones se fueron a tierra. Cerré mi corazón y empezamos a vivir como si nada sucediera.
En ese entonces existía un taller en el cual enseñaban a los niños inmigrantes a hablar español. Allí nos volcamos en diferentes actividades tratando de disimular lo que nos pasaba. Cristóbal comenzó a ser atendido en casa por una terapeuta dos veces por semana hasta que un mes más tarde hubo una vacante en un colegio para autistas que recién se había creado. Allí empezó su vida de escuela con terapia individualizada a los 4 años y permaneció en ese lugar hasta los 18.

La vida siguió su curso normal. Los niños tenían sus labores escolares de Lunes a Viernes desde las 8.30 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Yo me puse a estudiar Inglés junto a Claudio y a participar bastante en la comunidad de habla hispana. Hice suficientes amistades y aprendí a comunicarme en el idioma del país. Podía reir y participar en actividades, pero por dentro era un desierto.
A Cris no se le notaba mucho su autismo y sus actitudes diferentes a los pequeños de su edad fueron muchas veces mal interpretadas por los mayores. Escuchamos comentarios como por ejemplo: que era mal educado, mal enseñado, consentido, y un sin fín de cosas más. Las amistades a veces pueden ser involuntariamente muy crueles. Cris no medía el peligro y cuando salíamos, Claudio se dedicaba a cuidarlo para evitarle cualquier accidente. Yo no tenía muy buena salud, así que me era imposible andar corriendo detrás de él además que me ponía extremadamente nerviosa. En la casa me encargaba de los detalles que la gente desconocía y que nosotros no comentábamos para proteger a nuestro hijo. Eso fue también un error. La gente debe ser informada, sobre todo los familiares, amigos y conocidos porque es la única manera que comprendan lo que sucede. Por desconocimiento, muchos aconsejan sin tener idea de lo que están hablando. Luego de un tiempo decidimos ignorar las recomendaciones de las amistades y recibirlas directamente de los profesionales. Como padres, éramos los que más conocíamos al niño y nos dolían los dictámenes sin saber en verdad qué es el autismo. Nos ejercitamos en cerrar los oídos a las críticas y a tener paciencia. Con el tiempo me dí el trabajo de informar a la gente y de hablar del autismo con naturalidad. Por qué no decirlo, me encontré con personas a las que no les interesaba para nada lo que estábamos viviendo, pero eso no me limitó. Descubrí con pena que la sociedad no estaba preparada para casos como mi hijo.
Personalmente, me sentía caer por una pendiente. Por fuera, era una persona afable, y de hecho, lo somos con Claudio mas por dentro mi tristeza iba en aumento. Me costaba entender porqué me sentía tan sola.

Sueños

Cuando llevábamos cerca de ocho meses en este país comencé a tener unos sueños repetitivos. Me veía tendida en la arena con mis brazos y piernas atadas a estacas que no me dejaban mover. Yo forcejeba pero no podía levantarme. Lloraba desesperada cuando de pronto un hombre vestido de blanco soltó mis amarras y me levantó en sus brazos. No distinguí su cara claramente porque era muy luminosa pero me hizo sentir bien y eso era lo que más agradecía en mi sueño.
A los dos días tuve el mismo sueño y así sucesivamente varias veces. Luego de pensarlo un poco, me decidí y fui a ver a un sacerdote que primero se rió de mí para luego decirme que hasta que no encontrara el camino no me sentiría en paz. Me fui a casa desilusionada porque no quería saber de Iglesias, religiosos y menos de caminos . Recordé que cuando tenía como 10 años me invitaron a un campamento y tuve una muy mala experiencia con los cristianos. A una chica se le perdió una cadena de oro y alguien la puso en mi bolso. La Lider tenía unos 25 años y me dijo enfrente de todas las chicas que los ladrones no entraban al cielo. Todavía me acuerdo de las miradas acusadoras todos y me dan escalofríos. También oí esa vocecita interna que me dijo : “Yo estoy contigo”.
La noche anterior a ese incidente, yo había tenido una linda experiencia. Me arrodillé y por primera vez sentí algo especial que cuesta describir con palabras: una paz, una alegría interna, una llenura profunda muy fuerte en mi interior. A pesar de ese acontecimiento tan único para mí, al día siguiente decidí que nunca sería creyente de nada y nadie. Así que antes de caminar apenas un metro en la ruta divina, me volví atrás con la intención de nunca regresar.

Ahora este sueño me exigía confrontar la realidad y buscar respuestas. Cada vez que pensaba en Dios, volvía a mi memoria el recuerdo de esa Líder que me trató mal. Por lo tanto no estaba dispuesta a ceder.

Durante los tres primeros años en este país la vida, aparentemente, seguía su curso normal pero mi corazón estaba roto. No había nada que me alegrase porque mis sueños de madre se habían desintegrado. Mis hijos estaban ubicados en buenos colegios y Cris contaba con los mejores especialistas, pero yo no era feliz. Con Claudio teníamos una buena relación matrimonial pero había veces en que los silencios eran atroces. Los dos tratando de proteger al otro, disimulando el dolor y aparentando vivir con normalidad. Claudio no se quejaba conmigo y yo me la pasaba llorando todo el tiempo sin nada que decir. Él me abrazaba en silencio guardando su amargura y yo me apoyaba en su hombro suspirando. Claudia, alegre como siempre, nos animaba y nos daba consuelo. Era tierna y amorosa, y no recuerdo una vez en que ella se quejase por el comportamiento de su hermano.
Al año de vivir aquí comenzamos a asistir a una pequeña Iglesia que ofrecía varias actividades. Fuimos más para llenar los vacíos que por otra cosa porque mi soledad se acrecentaba y no sentía paz. Estaba tan desilusionada de la vida, de Dios, de las personas y de saber que mi hijo nunca sería normal que andaba desesperada buscando un motivo para vivir.
Es importante para mí destacar esta parte en dónde es imposible no dejar de sentir angustia ante una situación como esta. Mi error consistió en callar. Algunas personas me preguntaban y yo no podía expresar lo que sentía, tal vez por su falta de tacto o por la enormidad de mi tormento Por eso es primordial aprender a reconocer el dolor y decirlo. Siempre hay alguien dispuesto a escuchar sin aconsejar ya que a lo que más se teme en esos casos es a las exhortaciones y preguntas. Yo no me arriesgué y eso me impidió comunicarme con los demás.
Así como la muerte de un ser querido nos causa un duelo, lo mismo -aunque con diferentes matices- sucede con la pérdida que implica una discapacidad. Se debe aprender a vivir de otra manera porque el mundo se vuelve al revés. Debes empezar a conocer gente que nunca habrías pensado conocer, un ámbito totalmente desconocido e incluso aprender a comunicarte en otra esfera. Porque con los autistas sobre todo, muchas veces tienes que adivinar por qué se enojan, qué les causa frustración, tristeza, irritabilidad etc.. En fin, es un mundo nuevo en dónde si no te afirmas bien, te desmoronas. Y así estaba yo, desmoralizada, enferma de los nervios y sin poder dormir bien. Sumado a esto, el idioma también nos jugó malas pasadas. No hay como la lengua madre y debíamos esforzarnos en aprender a vivir con un hijo discapacitado en un país en dónde ni siquiera lográbamos hacernos entender totalmente.
Por lo mismo, me costó levantarme de la primera etapa de mi duelo No lograba aceptar lo que sucedía con mi hijo. Los gestos que hacía, las risas desubicadas, los movimientos repetitivos me irritaban sobremanera. Yo buscaba la forma en que se comportara como cualquier chico y que no se viera ridículo ante la gente. Lo admito, yo quería un hijo normal, un hijo del cual sentirme orgullosa cuando fuera grande. Un médico, un abogado, lo que fuera, pero menos enfermo mental. Decirle a la gente que tenía un hijo autista era un trauma que me costaba lágrimas. Al principio es muy difícil reconocer estos sentimientos y menos afrontarlos porque la negación nos permite amortiguar la pena por un tiempo.

Comenzar de nuevo


Mi sanidad comenzó cuando decidí aceptar que nada de lo que yo hiciera cambiaría a mi hijo. Cris, el hijo de mis sueños había muerto. No se casaría, no tendría hijos, no me daría nietos. Debería aprender a amarlo incondicionalmente así tal cual era sin esperar nada a cambio de él.

Para poder amar a mi nuevo hijo, necesitaba un cambio en mi vida y no sabía cómo empezar. Cada día era un suplicio y no dejaba de sentirme atada de pies y manos, tal como me veía en sueños. Estaba enojada con Dios y pienso ahora que es más fácil creer en un Dios indiferente ante las necesidades humanas, que no nos escucha y nos abandona que creer en un Dios amoroso que responde a nuestras peticiones. Yo estaba convencida de que a Dios no le importaba lo que me sucedía. y le hablaba como quien ejerce sus derechos de creyente. Me puse metas y si me iba bien le agradecía y si me iba mal me alejaba. Curiosamente, seguía teniendo sueños que no entendía y hoy pienso que Dios en su amorosa compasión me estaba enseñando un camino superior.
Me puse a escribir sin parar, volcando en el papel cuanto salía de mi alma. De esa manera me podía comunicar a medias con los demás. A los pocos que me preguntaban cómo me iba les entregaba mis escritos. Una vez vino a casa una intérprete española que deseaba contactarme con gente para que pudiera salir de mi encierro. Le pasé mis anotaciones y al leerlas no pudo parar de llorar. Me alivió verla interesada y se lo agradecí infinitamente. Ella no me aconsejó ni dijo nada: sólo mostró su tristeza. La gente como ella es muy necesaria, porque frente a lo que sugieren, indican o proponen una puede sentirse apabullada. Todo tiene un proceso en la vida y tarde o temprano debemos afrontar realidades. Yo sentía una enorme gratitud cuando alguien me escuchaba con su corazón aunque no comprendiera bien qué me aquejaba.

Fueron muchos los meses de oscuridad, y no sólo me afectaba lo de mi hijo. Añoraba el pasado: mi madre, mis hermanos, mis amigas de la adolescencia. No me gustaba cómo se estaba asomando la vida y la gente nueva que se acercaba. A estas alturas, ya no sabía si mi hijo era el autista o yo era la que tenía verdaderos problemas de identidad. Mi esposo y mi hija también habían cambiado. Absorbidos por los cuidados del niño pasamos a ser la familia de Cristóbal.

El primer día que lo llevé al colegio fue una pesadilla porque gritaba aferrado a mí y yo, desesperada, trababa de desprendérmelo. En casa me afligí pensando si le habrían dado agua o comida, si seguiría llorando... Lo fui a buscar una hora antes porque no daba más con la ansiedad que sentía y él estaba muy contento jugando con la terapeuta. Al cabo de un par de semanas ya se iba muy entusiasmado en el coche que venía a buscarlo. Cada paso nuevo que daba era casi una tragedia para la familia. Tenía ataques de frustración al no poder comunicarse. Se tiraba el pelo, se mordía las manos, se pegaba en la cara y quedaba sangrando. Al principio me atormentaba cavilando y luego daba gracias a Dios por la oportunidad de ayudarlo a independizarse de a poco. Sufrí infinidad de veces imaginando puras catástrofes. Cris tenía seis años y ya me obsesionaba cómo sería cuando tuviera diez, once, doce años... Cuando ahora algunos padres me preguntan como ha sido vivir con un autista, digo que todos tenemos diferentes vivencias y debemos tomar los ejemplos que nos sirvan y siempre pensar que las experiencias ajenas no son las nuestras.

Una profesora nos dijo que nuestro sacrificio tendría recompensa el día de mañana, y así fue. Nosotros procurábamos ser fuertes frente a Cris y vernos tranquilos porque estos niños son muy sensibles. Mi hijo percibía los cambios de humor, el tono de voz, mi llanto que lo hacía reir a carcajadas. Nos costó mucho entender que adelantarnos a las situaciones no nos llevaría a ningún sitio y que sólo servía para atormentarnos más. Otra lección que tuvimos que aprender: no anteponerse a nada y vivir el presente.

Cada discapacitado es único e irrepetible, y el autista no es una excepción. La terapia es costosa, la educación también lo es. En este país mi hijo tuvo la oportunidad de recibir una de las mejores terapias individualizadas con subvención del gobierno porque para nosotros era demasiado caro, pero eso no quitó su autismo. Yo creí que mientras más aprendiera, más se acercaría a ser una persona normal. Él era feliz dentro de su mundo, experimentando de acuerdo a sus capacidades. Nosotros éramos los infelices esperando demasiado de él hasta el punto de irritarlo y hacerlo sufrir. Queríamos que actuara y viviera como todos las personitas de su edad y nos empeñábamos en que nos mirara a los ojos, en que se mantuviera quieto , que no hiciera movimiento repetitivos etc.. Nada resultaba y entonces yo culpaba a los profesores por su escaso progreso. Buscamos en las dietas, que no comiera ciertos alimentos y demás está decir, que malgastamos dinero tratando de lograr un niño que sólo estaba en nuestra imaginación. Nos afectaba el problema del idioma y la desinformación de aquella época, aunque el exceso de teorías y datos de hoy día tampoco son beneficiosos ya que los padres suelen angustiarse pensando que la falta de medios económicos les impedirá ayudar suficientemente a sus hijos. Desde mi experiencia les digo que la mejor enseñanza, la que perdura en el tiempo y da mejores resultados es la del amor y la paciencia. La comunicación verbal muchas veces no funciona, pero los abrazos y las caricias, las voces suaves, la seguridad y la paz del hogar es lo que hará que sus hijos vivan felices. Y eso es lo único que importa.
Para llegar a esas conclusiones, tuve que pasar por momentos muy negros que me motivaron a buscar respuestas en la ciencia sin encontrarlas, y mi rebeldía se hizo más aguda aumentando la angustia que por momentos me rebasaba.

Cuánta desolación la mía en esas horas interminables: en el silencio mi mente trabajaba mucho y los pensamientos iban y venían formando remolinos de emociones. No razonaba con claridad y el miedo me paralizaba al punto que salir a la calle con el niño era un suplicio. Cris no media el peligro y me aterrorizaba que se cayera, que lo atropella un vehículo, que le ocurriera cualquier accidente. Todo era miedo, miedo y más miedo. Llegó un tiempo en el que no deseaba despertar porque cada día era un nuevo desafío. Aparentemente me veía bién pero vivía nadando en aguas tormentosas. Mis reacciones bruscas, mis respuestas cortantes y cosas que ahora analizo friamente fueron más de una vez mal interpretadas. Por eso ahora, cuando conozco personas que proceden de una manera extraña, antes de juzgarlas procuro saber si hay algo en sus vidas que marca su conducta. La mayoría de las veces he tenido la grata experiencia de lograr una comunicación efectiva. Todo se logra con paciencia, respeto y tolerancia.

Yo era una de esas personas: triste y desilucionada de la vida y -por qué no decirlo- me sentía abandonada por Dios y por el prójimo. Fue como empezar de cero a los 32 años en una sociedad desconocida y me costaba admitir que necesitaba ayuda. Por mucho que me esforzaba, no lograba salir del foso en que había caído.

Visité varios médicos y me lo único que me daban pastillas para los nervios. Nunca las tomé porque mi enfermedad era provocada por el autismo de mi hijo y eso no se sanaba con remedios. El martirio íntimo, el agrietamiento del espiritu, requieren otra clase de medicina. Existen teorías según las cuales hay dolencias físicas que son resultados de las heridas del alma. La esencia misma del ser se debilita de tal manera que toda la energía que podamos transmitir se opaca. La autoestima se pierde, el deseo de vivir languidece y se marchita la esperanza. A mi me dolían las palmas de las manos cuando pensaba en mi hijo. Se me apretaba el pecho y sentía comprimida la cabeza. Las jaquecas eran constantes y los analgésicos que aliviaban mis molestias no faltaban en casa. Para colmo, la constipación que sufría desde muy jovencita se agravó a tal grado que años más tarde tuve que ser intervenida quirúrgicamente. Es que el niño necesitaba supervisión constante y era un lujo para mí entrar al baño con tranquilidad. Debía esperar a que Claudio estuviera en casa, de otra manera me las aguantaba. Son detalles que ahora quiero contar, porque hasta eso se complica teniendo un discapacitado en la familia.



Búsqueda espiritual


En ese estado me hallaba cuando una amiga me invitó a una reunión cristiana. A pesar de que nombraba a Dios con mis labios, de verdad no creía en El. La Iglesia puede estar repleta de personas que buscan llenar sus desiertos con actividades sociales. Mi conocimiento de Dios era mental y no había nada en mi corazón, que seguía tan vacío como antes. Cuando el Pastor comenzó a hablar, yo escuchaba a medias, sin poner demasiada atención a lo que decía. Sin embargo sus palabras fueron penetrando en mi interior y aunque me resistía, comencé a sentir algo que superaba mi entendimiento. Era como si el cielo se hubiese abierto y una venda cayera de mis ojos. Se repetía la historia de mi niñez. Percibí de nuevo esa paz y ese calor que me abrasaba. Era el comienzo de algo especial porque el frio interior y la soledad se habían desvanecido milagrosamente. Fue como reunirme con mi padre después de no verlo por mucho tiempo y saber que no me dejaría más. No provoqué ni pedí ese milagro. Llegué a casa llorando, le conté a Claudio lo que me había sucedido y él se alegró de verme contenta aunque no comprendió demasiado. Ya no me sentía sola, estaba acompañada por dentro y era revolucionario para mí. Es fácil imaginar a los fantasmas y presumir de poderes síquicos como también no creer en nada, pero afirmar que existe Dios y que se puede hacer presente en tu vida, eso lo ven como locura. No me importó lo que pensarían mis amigos y conocidos. Tal fue mi descubrimiento que todo lo demás pasó a segundo lugar. Yo sabía desde dónde me levantó Dios y ese sueño que tuve -atada con estacas a la arena- se hizo una realidad. Creí levantarme del piso, que me elevaba por sobre los problemas y que un ser especial me cargaba en sus brazos. ¿Quién se puede negar a una invitación como esa?

Mi vida dio un giro impresionante. Todos los días, a las siete de la tarde, me encerraba en la habitación a charlar con mi Padre y experimentaba una alegría enorme al contarle todas mis cosas. La orfandad había desaparecido.Lo que no pudo hacer en mí ningún profesional, lo estaba haciendo este Dios recién encontrado. La realidad seguía igual, con un hijo autista y una familia que atender. Comencé a pedir a Dios que sanara a mi hijo. Honestamente creí que Dios haría un gran milagro en él porque todavía vivía en forma denial, no queriendo aceptar la realidad. Me sentía tan feliz pensando en ello que no me daba cuenta lo descuidada que tenía a mi hija y a mi esposo por atender actividades de la Iglesia. De a poco, Dios comenzó a esculpir mi corazón y a mostrarme mis defectos porque mi espíritu estaba quebrantado y precisaba atención urgente. Dios comenzó a remover los escombros y a traer imágenes de mi pasado. Cada vez que recordaba algo malo me sentía frustrada. Necesitaba restauración pero eso fue sucediendo en forma gradual hasta que llegó el momento en que me sentí liberada de cargas antiguas. Las raíces más escondidas brotaron una vez más para luego ser extraídas. Hay milagros que no quedan escritos en ninguna página, pero doy testimonio de los infinitos prodigios que Dios hizo conmigo. Pude perdonar a Dios primero por creer que El era causante de todas mis desgracias, a mí misma y a todos los que alguna vez pudieron causarme algun pesar. También le pedí perdón por haber provocado malestar a más de una persona. Su gran amor fue limpiando mis llagas y sanando mis heridas. Todo lo que hice fue ser sincera. No necesité pagar a nadie para que me escuchara, porque el médico perfecto había hecho su entrada triunfal en los túneles de mis secretos, llegando con Su luz resplandeciente a todos los rincones de mi alma.
Mi fe comienza a crecer de a poco


El colegio para niños autistas nos dejó impresionados por sus comodidades. Diferentes salones de clase para distintas terapias con pequeños estantes a la altura de los niños con juguetes y legos. Cada sala asistía a cuatro alumnos con profesores especializados que trabajaban en forma individual con ellos. Agradezco a todos los docentes que ayudaron a mi hijo en sus años escolares. Hubo algunos que quedaron grabados en mi memoria, los que me dieron aliento y esperanza. Se tomaron el tiempo de enseñarle bastantes cosas, pero como padres jugamos un papel imprescindible en sus habilidades. Claudio lo llevaba a la playa y a la piscina casi todos los días de verano y Cris se convirtió en un excelente nadador. Eso me aterrorizaba a tal extremo que no podía ir con ellos. Era un sufrimiento ver a Cris nadando mar adentro. Cuando eso sucedía mi esposo llamaba a los guardavidas y muchas veces tuvieron que ir a sacarlo del agua porque estaba muy lejos de la playa. Algunas veces recibí críticas por no estar allí y hasta hoy no han faltado las personas que me comentan que siempre veían a Claudio con el niño. Como si dos horas en la playa completaran las 24 horas del día que teníamos que vivir con él.

Una de las cosas que nos hizo felices fue ver a Cristóbal andar a caballo. Era una terapia que lo hacía reír mucho y que disfrutaba un cien por ciento. Cuando andaba en monopatines también era un drama. Él, radiante, pero nosotros corríamos detrás para que no atravesara las calles. Se nos adelantaba mucho porque tenía una agilidad extraordinaria y no se detenía un momento. Junto con eso, le gustaba tocar el piano y nunca lo ha abandonado. Le llevamos contabilizados unos 30 keybord porque cuando se frustraba los destruía. Eso nos irritaba sobre manera hasta que Claudio se las ingenió y arregló un keybord a prueba de autistas como Cris.

Algunos autistas pueden tener calidad de vida y lograr su autonomía pero no mi hijo: a no ser que ocurra un milagro siempre dependerá de alguien para vivir. Al principio yo no quería eso, sobre todo cuando comencé a creer en Dios. Buscaba razones y respuestas y estaba convencida que sería sano. No fue así y yo desperdicié tres años de su vida soñando con verlo normal.

Un día fui a verlo al colegio a la hora del almuerzo y me encontré con un cuadro que me partió el corazón. Lo tenían en una clase con tres niños mayores que le quitaban la comida que le mandaba. Ahora entendía la razón de que llegara con tanta hambre todos los días. Me apesadumbré a tal grado que me volvió el dolor en el pecho como si me hubiesen clavado una daga. Le pregunté a la profesora, con mi mal inglés, por qué mi hijo estaba en esa clase si apenas tenía cuatro años y medio y era de contextura pequeña. Me respondió que Cris no tenía lenguaje y que por lo mismo debía estar con niños con las mismas deficiencias. Estos niños tenían entre seis y diez años aunque representaban más –al menos a mi me lo parecía-. Me fui a casa llorando todo el camino. Todavía no tenía coche y no sabía conducir, así que subí a un autobús y por equivocación me bajé en un lugar desconocido. La gente me miraba e incluso alguien me preguntó qué me pasaba y no supe responder, en parte por el idioma y en parte porque la tristeza me impedía hablar. Al llegar a casa muy tarde ya, mi hijita me abrazó y sin preguntarme nada me dijo que oraría por mí. Recuerdo que se puso de rodillas y le pidió a Dios que me quitara la angustia y que pusiera alegría en mi corazón. Es un lindo recuerdo que tengo en medio de esos momentos de desconsuelo. Esa noche, antes de dormir, le pedí a Dios que me sanara de esa congoja que no me dejaba vivir en paz. Hacía ya meses que había tenido esa linda experiencia con Dios pero todavía no lograba descansar totalmente en El. Seguía atormentada con incertidumbres y terrores nocturnos. Mi fe vacilaba a cada momento y aunque eran muchos los instantes hermosos espiritualmente hablando, los momentos malos oscurecían mi cercanía con el Creador.

Esa noche, tuve una experiencia especial que me es imposible mantenerla en secreto. Me quedé dormida llorando y a eso de las cuatro de la madrugada desperté con un ruído de campanas. Fue simplemente un ding-dong que me despertó. En mi interior sentí un deleite superior a todo entendimiento humano, imposible de sentir si Dios no ha entrado en tu vida. No fue algo efímero porque ha perdurado hasta el día de hoy. Aprendí a diferenciar entre los momentos de felicidad y el gozo en medio de la tribulación. Son dos cosas totalmente distintas y Dios me enseñó que era posible disfrutar de la vida en medio de la tormenta. Me levanté renovada, con nuevas fuerzas, animada y alegre.

Una gotita más de fe se había agregado a mi vida y con eso comencé a pedir a Dios una voz para mi hijo. Era cómo una niña pidiendo un regalo urgente. Emplacé al Señor a que me hiciera el milagro en dos semanas.. Ahora me sonrío, pero creo que es una buena manera de pedir porque de otra manera no hay seguridad de haber logrado respuesta. A la semana y media me llamaron del colegio y me dijeron que no sabían lo que había sucedido pero que Cris estaba repitiendo palabras y que lo cambiarían de salón para estar con niños que tenían lenguaje. La misma profesora me preguntó si le estábamos haciendo terapia al niño en casa y le respondí que lo único que yo hacía era orar por mi hijo. Me dijo: Entonces Dios ha respondido a tu oración.
Seguimos participando en varias actividades y sin darnos cuenta pasaron tres años. Mi vida espiritual gradualmente se fue consolidando pero por dentro el pesar no me abandonaba. Por lo mismo, cuando la gente me dice que tiene fe pregunto: ¿qué profundidad tiene tu fe? Yo seguía buscando sanidad para Cristóbal, pidiendo todos los días que fuera una persona normal pero nada sucedía. Cris iba aprendiendo nuevas cosas y era muy habilidoso. Le gustaba pintar, mirar televisión, era juguetón y alegre. Todo estaba bien a no ser por los ataques de frustración que vivía. Cuando eso sucedía no había manera de evitar que se autoagrediera y eran los momentos de mayor agonía porque tenía una fuerza extraordinaria para su edad. Detestábamos su autismo que le privaba de llevar una vida normal y que lo apartaba a él y a nosotros del resto del mundo. Cuando lograba tener conexión visual me derretía de amor al mirar esos ojitos tiernos e inocentes que me cautivaban. Una vez me dediqué por tres días a enseñarle a dar besos hasta que conseguí que me diera uno y después cada vez que se lo pedía. Así, pasaban semanas en que la vida familiar era relajada y tranquila (dentro de todo el movimiento) pero en un segundo todo podía transformarse en una calamidad. No puedo enumerar las veces en que Dios lo libró de accidentes ya que estuvo expuesto a muchos peligros. No podía cocinar hasta que llegara Claudio a casa porque si me descuidaba un poco se me escapaba. Cruzaba corriendo las calles, saltaba barandas, se metía al agua y le fascinaba el fuego así que de casa desaparecieron todos los encendedores y cerillas. La cocina debía estar vigilada y cómo era eléctrica, debía cortar la luz para evitar incendios. Nuestra vida era caminar sobre cáscaras de huevos, siempre vigilantes y atentos a todos sus movimientos procurando no hacer ruido para que no reaccionara golpeándose.

Contar estas cosas no me resulta demasiado fácil, pero lo estoy haciendo porque deseo con toda mi alma hacer entender a la gente por qué niños como el mío a veces son mal entendidos. Ellos son aventureros como todo niño normal pero no miden el peligro. No se sujetan a las reglas y se demoran más de lo normal en aprender a vivir en sociedad. Los ataques de frustración en los autistas siempre comienzan por un motivo. Hay una razón que los hace reaccionar de esa manera, no es porque ellos deseen ser así, es el autismo que los domina y los encarcela en sus ideas fijas. La impotencia y la rabia nos invadía porque queríamos ayudarlo y no había manera de hacerlo porque no sabíamos qué detalle lo había desiquilibrado. Esos son los misterios de este síndrome, que nos deja con miles de preguntas sin resolver. En esos instantes, clamaba a Dios desesperada y puedo decir con toda propiedad que me respondía.

Cuando mi hijo se rasguñaba la cara y se la dejaba sangrando, yo le ponía aceite de oliva y rogaba que no le quedaran marcas en su carita. Y así fue, mi hijo tiene su rostro limpio, sin cicatrices, y debería tenerlas porque se autocastigó en innumerables oportunidades. Lo mismo sus manitas, por mucho mordérselas le quedaron feas señales que ahora casi no existen.

Pasaron tres años y medio antes que aceptara el autismo de mi hijo. Debí aprender primero a olvidar al niño de mis sueños para dedicarme por completo a este otro y necesité la ayuda de Dios, de otra forma hubiese sido imposible. Lloré por varios días para luego levantarme y decidirme a ser feliz. Había perdido demasiado tiempo sufriendo por un imposible que sólo estaba en mi imaginación y era como empezar de cero de nuevo. Recuerdo que esa noche nos arrodillamos con mi esposo e hicimos una oración. Le dimos gracias a Dios por Cris y le prometimos cuidarlo y ayudarlo hasta cuando pudiéramos. En resumen, le entregamos a nuestro hijo. Luego nos abrazamos los cuatro y mis niños nos miraban felíces al vernos sonriendo.

Pasaron los años más rápidos que lentos con tanta actividad que teníamos diariamente. Con Cris se fueron repitiendo las mismas cosas y nos acostumbramos a vivir en forma acelerada pero atendiendo con mucho cuidado lo que a él concernía. Pero ahora todo era diferente porque ya lo habíamos aceptado tal cual era. Para cada problema, casi sin darnos cuenta, surgía la solución y se abría una puerta como por milagro. Aunque en ocasiones era agobiante, nos entrenamos en la paciencia de esperar el tiempo necesario para que Cris aprendiera. Por eso les digo a las madres jóvenes que disfruten a sus hijos y que vivan un día a la vez. Ellos irremediablemente se irán de nuestro lado. Mi marido y yo pensábamos y hasta nos habíamos hecho el propósito de que Cris se quedara con nosotros para siempre. Pero no fue así y no lo es para ningún autista. Ojalá alguien nos hubiera podido transmitir su experiencia como hoy tratamos de hacer Claudio y yo.

Claudia


Desde que nació Claudia fue especial, cariñosa y amable con todos. Aunque un tanto demandante con sus padres, supo ser -como hermana mayor de un autista- una niña madre muchas veces para Cris y una niña amiga para mí y una beba para Claudio. Lloraba cuando veía un anciano en la calle y era la primera que corría a darle un beso. Se entristecía al ver las aves heridas y nunca, que yo recuerde, llegó a la casa quejándose de alguien. Un día la noté extraña y muy callada. Le pregunté que le sucedía y se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía como 9 años de edad y le dije que si no quería contarme a mí sus problemas se los podría decir a Dios. Me dio permiso para estar presente y escuchar su charla personal con Jesucristo. Era una forma de hacerme saber cómo se sentía sin herirme. Desde muy pequeña a Claudia le gustaba leer la Biblia, porque me decía que allí conocía del cielo y de sus ángeles. Esa noche cuando comenzó a hablar con Dios la escuché por primera vez hablar de las personas que la habían dañado. Llegó a decir que las perdonaba por no amar a su hermanito y comenzó a mencionar nombres y a perdonar individualmente a todas sus pequeñas amistades. A su hermano nunca lo invitaban a los cumpleaños y eso a ella la lastimaba. Cuando ahora lo pienso, debe haber sido terriblemente difícil para mi hija porque los niños pueden ser crueles y hasta perversos en sus comentarios. Por eso mismo, es importante informar de qué se trata el autismo y educar a los niños en los colegios acerca de las diferentes discapacidades. Es una manera de decirles: Yo estoy contigo, eres importante, eres valioso. Eso puede hacer una gran diferencia en los hermanos de discapacitados para que puedan integrarse en la sociedad sin tantos temores.

Claudia vivía una vida normal en el colegio pero no hablaba de su hermano. A veces se sentía avergonzada –aunque nunca me dijo nada- y cuando invitaba amigas a la casa más de una vez Cristóbal le hizo pasar un mal rato. Ella se callaba su molestia para no complicarnos la vida. Lamentablemente, hay cosas que no se podían solucionar, sobre todo cuando ella estudiaba. Tuvimos que ponerle llave en su habitación, de otra manera Cris se metía y le hacía un desorden espantoso Si por casualidad nos descuidábamos dibujaba sus cuadernos y tareas importantes. Pese a que interveníamos con firmeza, él se reía de sus maldades y disfrutaba viéndola llorar. La personalidad de Claudia variaba y había días en que no salía de su habitación. Pienso ahora que necesitaba esos momentos a solas para soñar despierta. Era como una hija única, muy consentida por un lado y por otro lado muy madura para su edad.

Claudia fue el modelo a seguir para Cristóbal. Cuando ella andaba de buenas, podía pasarse horas jugando con él y recuerdo que lo vestía, lo maquillaba y actuaba con él como una madrecita. Luego, semanas enteras lo ignoraba y no quería saber nada. Lo más difícil para ella fue que tuvo que crecer muy rápido y darse cuenta que la sociedad la aceptaba pero a su hermanito no. Una de las cosas que le repetimos muchas veces es que Cristóbal no era su responsabilidad y que no debía sentirse jamás obligada a hacerse cargo de él, sino sólo -llegado el caso- vigilar que fuera correctamente atendido. Cris era una carga pesada y no deseábamos que Claudia llevase su peso. Hoy vemos los frutos. Claudia quiere a su hermano pero no se preocupa por él. Eso no significa que ella no nos ayude cuando se lo pedimos, pero no motivada por la obligación sino por el amor. Siempre le recalcamos que nadie tuvo la culpa de que Cris naciera así. A veces la vida nos trae sorpresas y no todos los regalos son de nuestro agrado, aunque terminemos aceptándolos y queriéndolos.

Hace poco me ha contado de lo que le dolía verme llorar y del rechazo que sentía por Cris en esos momentos, ya que lo culpaba de mis lágrimas. Y la irritación que le causaba que no la acompañáramos en sus actividades escolares a causa de su hermano. Ahora adulta ha comprendido que teníamos que quedarnos en casa porque no había nadie que pudiera ocuparse del niño. Yo le pedía a las mamás de sus compañeras que me grabaran sus actuaciones en la escuela. Hasta el día de hoy, no las he visto. Nos perdimos la infancia de Claudia porque nadie nos dio una mano y no teníamos cerca a la familia. La vida del inmigrante puede ser muy solitaria y con un hijo discapacitado, mucho más.

Claudia era la hermana de Cris y no Claudia, ella, y sufrió por eso.
Por mi parte, no cesaba de pedir a Dios por el futuro de mi hija, que no le quedaran secuelas emocionales y que pudiera desarrollarse normalmente sin traumas. Por mucho que como padres deseemos lo mejor para nuestros hijos es imposible evitarles situaciones difíciles en la vida. Debemos estar presentes para apoyarlos y no esgrimir el famoso: te lo dije.

Claudia vivió momentos hermosos y tristes con su hermano. Le inculcamos valores morales y que no fuera una persona dependiente de los demás. Que no se dejara influenciar por las amistades y que nunca se sintiera inferior a nadie por el hecho de tener un hermano autista. Cuando aceptamos definitivamente el autismo de Cris, tuvimos que enseñarle a valorar a su hermano, y no sólo a él sino a todas las personas con las que se cruzara en la vida. Si alguien despreciaba a Cris o a un minusválido es porque esa persona no sabía. De lo contrario no hubiese hecho daño. Y hay que ser realistas, hay gente que no tiene sensibilidad y que no les interesan los problemas ajenos, concentrados como están en sus propias vidas. Debemos aprender a vivir con ello y a alejarnos de quienes causan congoja y desaliento de espiritu. Aunque nos cueste aceptarlo, hay gente que nunca se va a interesar por nuestros problemas.

Cuando Claudia cumplió los 12 años le escribí un poema en prosa que me salió del alma Lo guardaba celosamente porque es muy reservada pero me ha dado el permiso para compartirlo.

CLAUDIA

Claudia, ahora estás disfrutando momentos que serán inolvidables. Alegrías y tristezas juveniles guiarán tus pies hacia un futuro ya marcado. Depende de ti lograr que tus sueños se hagan realidad. Cada experiencia guárdala en tu caja de tesoros y aprende de todos los errores que cometas. No te preocupes si fallas de vez en cuando porque todos cometemos torpezas más de una vez. Lo importante es que no quedes tirada en el camino. No mires hacia atrás y pon tus ojos en la meta que te has propuesto.

La esperanza nunca la pierdas y valores que han sido suavemente esculpidos en tu corazón. Sé fiel a tus principios y no permitas que nadie destruya lo que tienes dentro. Vivir una vida recta aún en medio de tanta perversión debe ser tu prioridad. Sé tú misma y no trates de copiar a los demás porque entonces comenzarías a vivir una vida que no es la tuya. Aprende a seleccionar a tus amistades y no permitas que ellas te controlen.

Amor es una cualidad que debe acompañarte donde vayas. Te sentirás confundida a veces por todos los afanes de la vida. No temas, porque Dios te ayudará y guiará tus pasos. Habrá momentos en que tus lágrimas no te dejarán ver, pero será por un tiempo porque siempre hay una salida y una respuesta. Debes esperar el momento oportuno y no olvides que al final de los túneles está la luz.

Un día todos moriremos y tendremos que dar cuentas de nuestros actos. Por lo mismo, no te desalientes si encuentras atolladeros en el camino. Todo es necesario para crecer en gracia y conocimiento. Sé diligente y elige bien. Si tienes capacidad haz todo lo que esté en tus manos hacer dentro de los límites de la moralidad que te han sido enseñados.

Da de lo que tienes y no de lo que te sobra. Entrega tu tiempo al menesteroso y nunca mires la apariencia de la persona a quien extenderás tu mano. No cuentes tus secretos si no conoces bien con quien estás hablando. Te evitarás muchos problemas. Que sea Dios tu ejemplo y pídele sabiduría para que seas una persona interesante, una buena oyente e inteligente en todo.

Imagina el futuro con optimismo. No te preocupes de lo que pasará porque Dios conoce tu futuro y Él se hará cargo de ti. Si dejas que Él dirija los pasos ten por seguro que irás por buen rumbo. En tu caminar por la vida te toparás con envidias y situaciones impredecibles. Ten confianza en Dios cuando esas cosas te pasen. Si no haces nada malo y tienes una buena actitud la verdad saldrá a relucir. Sé honesta, sincera y humilde con los que te rodean.

Algún día tendrás recompensa. Recuerda, Dios te ama y es tu mejor amigo. Imítalo a Él y no a nosotros tus padres porque nos equivocaremos muchas veces. Estaremos a tu lado mientras vivamos y siempre que lo desees recibirás nuestros consejos y apoyo. No mires nuestros defectos porque somos humanos. Que Jesús sea tu mejor ejemplo.



La vida cristiana para Claudia era normal y fue creciendo en un ambiente de fe. Fue una adolescente tranquila, alegre y extremadamente obediente con nosotros. Pienso que de no haber sido así, nuestra vida se hubiese complicado mucho más. Dios cuidó de mi hija. Sin duda, las oraciones diarias por los hijos son poderosas: le pedía a Dios que la protegiera, que la guardara de todo peligro, que no se dejara influenciar por nada y nadie. Cuando cumplió los trece o catorce años, la puse frente al espejo y le dije que nunca denigrara su cuerpo, que lo amara y que no se dejara tocar por nadie. Que el hombre que la amara de verdad la tendría que amar primero por dentro porque lo de fuera cambia con el tiempo. Para muchas personas estos consejos pueden ser anticuados, pero pienso que esas pequeñas cosas son las que desean nuestros hijos escuchar. Les evitan muchos problemas.

Nunca me voy a olvidar del día en que le dije a Claudia que ella era mi mejor amiga. Me miró bien seria y me respondió: Yo no quiero que seas mi amiga, yo quiero que seas mi mamá. A veces las madres cometemos ese error de usar a nuestros hijos como muro de lamentos y nos olvidamos que debemos ser para ellos el ejemplo a seguir. Si nos ven débiles y llorando todo el tiempo, los hijos obligadamente se convierten en mayores tratando de consolarnos. Desde ese momento traté de ser madre primero y luego amiga.

Por nuestra situación económica no podíamos darle todos los gustos así que Claudia daba pasos de fe. Curiosamente con mi hija aprendí a creer en imposibles. Me admira la fe de los niños con Dios, ellos piden y luego se olvidan o esperan expectantes que ocurra lo que han pedido. No voy a entrar en detalles de todas las respuestas que ella recibió y recibe de parte de Dios pero yo he visto con mis ojos cómo Dios se preocupa de nuestras necesidades. Sólo debemos aprender a confiar.

Comunión personal con Dios


Desde que comencé mi vida cristiana siempre conversé con Dios. Me encanta saber que tengo a quien decirle mis secretos y que los guardará. Eso mismo le enseñé a mi hija: a que no confiara en cualquier persona y que se callara cuando era necesario. Hasta el día de hoy es muy prudente aunque tiene su carácter.

La vida siguió y nos habituamos a organizar nuestras actividades según las necesidades de Cris. Por las mañanas, cuando los niños estaban en la escuela, disponíamos de tiempo libre y lo aprovechábamos para relajarnos un poco. A veces me reunía con algunas amigas para tomar café y a charlar un rato con ellas. También me dediqué a visitar ancianos en los hogares de la tercera edad. Muchos estaban solos y abandonados, sin familiares que los visitaran. En mi poco tiempo libre, sobre todo por las mañanas cuando los niños no estaban en casa, me dedicaba un par de horas a ellos. Dispuse mi corazón para aprender a sacar los ojos de mi misma y mirar a mi alrededor. A veces, por estar tan enfocados en nuestros problemas, nos olvidamos que existen personas con necesidad de ser apreciados y queridos y que con una sonrisa que le brindemos les alegramos un poco la vida.

Además me puse a estudiar inglés cosa que hasta hoy me ha servido mucho y participle en varios talleres de voluntariados. En ocasiones, Manuel y yo salíamos a almorzar juntos, y en el verano íbamos a la playa. Eso sí, debíamos tener el móvil siempre encendido y estar de regreso en casa a lo sumo a las tres de la tarde.
Los niños llegaban a las tres y media, y en ese momento empezaba la verdadera "jornada laboral". Nunca sabíamos con qué humor llegaría Cris o qué novedades traería. A veces llegaba rasguñado o con un ojo hinchado o lo que fuera pero siempre había algo que lamentar. A todo se acostumbra el ser humano y para nosotros todos los cambios de humor de Cris pasaron a ser detalles. Aprendimos a vivir un día a la vez y no preocuparnos demasiado del día de mañana. No había día en que no pidiéramos a Dios fortaleza para el día siguiente. Nos acostábamos agotados, sin fuerzas pero nos despertábamos animados y hasta alegres por las mañanas, y agradecíamos esos pequeños regalos de Dios.

Hubo temporadas en que Cris se llevaba todo a la boca: papeles, bolsas plásticas, globos, baterías de radios, pedazos de madera hasta monedas de 20 y 50 centavos de dolar etc.
Ni bien lo advertíamos le dábamos aceite de oliva y pedíamos a Dios que nada le quedara pegado en su estómago. Para nosotros fueron verdaderos milagros porque nunca le pasó nada grave. Yo he sabido de niños autistas que deben ser operados de urgencia por estas maniobras compulsivas. En una ocasión Cris lloró y gritó durante tres días y noches. Ya estábamos medio trastornados por la situación. Una de esas noches tuve un sueño en el que vi a Cris con un gusanito en el oído que lo martirizaba. A la mañana siguiente lo llevamos al Hospital de urgencias y le dije al médico que por favor le revisara el oído, que allí estaba el problema. Y así fue, Cris se había metido un pedacito de manzana y ya le había salido un gusanito. Claudio y varios ayudantes sujetaron al niño y el médico logró extraer esa molestia. Esa noche durmió tranquilo y en paz. Luego de pasada esta pesadilla me puse a charlar con Dios y lloré hasta cansarme. Recuerdo que le dije que si Él no nos ayudaba no íbamos a poder cuidar de Cris. Le pedí nuevas fuerzas para toda la familia y las recibimos como agua fresca.

Como a los 15 años Cris comenzó a tener nuevamente todo un cambio de personalidad. Era como si hubiese retrocedido en vez de avanzar. Se golpeaba constantemente en la cara y en la cabeza sobre todo en el área de los oídos. Si antes se autocastigaba ahora era mucho peor. No lográbamos entender el porqué le sucedían esas cosas. Llegamos a la conclusión junto con los doctores que el niño estaba sufriendo jaquecas y dolores de cabeza, producto de los cambios hormonales. Pese a que nosotros no queríamos que se le administraran medicamentos, terminamos por ceder para que no se autoagrediera más. Dios usa a la medicina, se vale de ella, de otro modo no existiría. Y la medicina ayuda a tener una mejor calidad de vida. Fuimos realistas y permitimos que se lo medicara, sin perjuicio de nuestras creencias. Si Dios quería hacer un milagro en Cris, lo haría más allá de nuestra fe-

De todas maneras no faltaron las personas cristianas, buenas y piadosas, que creyeron que no habíamos hecho lo suficiente para recibir un milagro.  Jesucristo no se preocupa de nuestro pasado y cuando Él llega a nuestra vida, nos perdona y todo lo de atrás queda olvidado.  

No faltó quien nos dijera que Cris tenía demonios . Nada de eso es verdad porque la Biblia misma menciona que había muchos enfermos en el tiempo de Jesucristo y Él los sanaba a todos. Mi pregunta ahora es: ¿Hay alguien en el mundo que tenga tal comunión con Dios y que sea tan limpio de corazón, que se parezca a Cristo en todas las áreas de su vida que pueda sanar a mi hijo? Si lo hay, por favor me llaman.

Desde ese encuentro personal que tuve con Cristo nunca más dudé que Él era verdadero. Lo que tuve que hacer fue aprender a conocer la personalidad de Dios, su forma de mirar la vida y muchas cosas que antes no comprendía. Lo divino no es fácil de interpretar sobre todo si hay tantos enseñadores con distintas versiones de lo que significa Dios mismo. Mis momentos íntimos con Jesucristo fueron los que me ayudaron a seguir adelante en la vida por eso es importante tener una relación basada en las mismas experiencias individuales de cada uno y la Biblia en mi caso fue el manual que me alimentó. Dios es multiforme y se manifiesta en los corazones de diferentes maneras. En mi caso, era mi aliado y amigo, quien me consolaba y me daba ideas, me guiaba con Cris y me preparaba de antemano para cualquier cosa que iba a pasar. Los Salmos me daban aliento en los momentos difíciles y me encantaba leerlos. También los Proverbios, Cantar de los Cantares y el libro de Hebreos el cual nos enseña acerca de la fe.

Pocas semanas antes que Cris cumpliera los 18 años tuve otro sueño en el que me veía encerrada en una caja solamente con mi cabeza fuera. Podía ver a la gente riendo y pasándolo bien y yo allí encerrada sin poder hacer nada. Sentía presión y me dolía todo el cuerpo y los ojos estaban casi cerrados por el cansancio.

Pocas semanas después me llamaron del colegio de Cris para decirme que ya se había terminado la plaza que tenía y que ya no podría asistir más. Fue un balde de agua fría que congeló todo mi ser y recordé el sueño. No podía hacerme a la idea que debería estar con Cris todo el día si apenas podíamos sobrellevar la carga por las tardes después de las tres y los fines de semana.

Comenzó otra etapa en la cual Claudio tuvo que renunciar a todas sus aspiraciones profesionales (yo ya había renunciado a las mias) para quedarse en casa y juntos cuidar a Cris. No había otra forma porque mi hijo había crecido y no me sentía capacitada para atenderlo sola. Nos turnábamos para salir y de vez en cuando nos enviaban una persona para cuidarlo por unas horas, pero eso no era suficiente.
Desde ese momento, la gente nos veía a Claudio y a mí solos, cada uno por su lado. Pero estábamos más unidos que nunca, siempre agradeciendo a Dios por todas las cosas que nos daba. Claudio podía trabajar esporádicamente y yo no olvidaré los momentos preciosos que pasé con Dios en completa comunión.

Cuando Cris se frustraba y comenzaba a golpearse salvajemente, Claudio debía amarrarle las manos con una cuerda. Yo cerraba los ojos y clamaba a Dios en mi corazón que lo detuviese. Fueron momentos que no quisiera recordar pero que ahora ya no los traigo de regreso con dolor. Todo pasa en la vida y Dios sana las heridas del alma. No tengo sentimientos de rencor o rabia hacia nadie en particular porque Dios nunca nos dejó solos.

Nadie sabía en realidad lo que nos pasaba porque conservamos nuestra intimidad, pero Dios ya había puesto en mi corazón el deseo de abrir la puerta de mi casa, dejar entrar la luz y a las personas que necesitaba. Cada mañana era un nuevo amanecer y a pesar de todo siempre teníamos risas para compartir y se notaba en nosotros esa paz que entrega Dios en los momentos difíciles. Comencé por hablar con el médico de Cris para que nos dieran más horas de asistencia. Luego comencé a ir a reuniones con padres cuyos hijos vivían en hogares compartidos con otros discapacitados. Aprendí a quejarme de la situación en sí misma pero no de mi hijo en particular. Son cosas que deben diferenciarse.

El problema más grande se da cuando el cansancio ya no permite ver las cosas de manera clara y objetiva. Llega un momento en que es tanto el agotamiento mental y físico que se llega a odiar a personas, entidades y sobre todos a los que pueden hacer algo y no lo hacen. Comenzamos a sentirnos completamente defraudados de este país, solos y abandonados. ¿A quién recurrir? Pedimos, imploramos y suplicamos que se nos abriera una puerta y nadie nos quiso ayudar. Aún amando con toda el alma a nuestro hijo sabíamos que no podíamos cuidarlo más, y decidimos buscarle un lugar apropiado en una institución especializada. Pero no fue fácil. Creimos que había una lista de espera y que el nombre de mi hijo estaba allí. Todo era mentira, no existía esa lista, no había vacantes en ningún sitio por varios años o hasta que alguien se muriera. En resumen, todas las puertas estaban cerradas para nosotros.
Nosotros no podíamos seguir cuidando a Cristóbal porque él podía estar bien las 24 horas pero en 20 minutos nos amargaba todo el resto del día. Lo que más me hacía sufrir era como se autocastigaba, eso debo repetirlo una vez más porque precisamente eso fue lo que me impulsó a dejarlo ir de nuestras vidas. La parte emocional la cuidaba Dios pero mi parte física ya estaba en un estado deplorable. Claudio por su parte estaba tan cansado que nuestra relación de pareja vivía en un hilo. Le pedíamos a Dios que nos ayudara, que nos cubriera bajo su manto y que nos levantara.

Mi hija por esa fecha estaba de novia y con planes de casarse. Le doy gracias a Dios por eso porque la ayudó a no estar pendiente del problema. Ella estaba feliz con su novio preparando todo para la boda. Dicen que casi todas las novias son difíciles y mi hija no fue la excepción. Ella quería que yo participara más en varios detalles que en esos momentos se me pasaron por alto y descansé en el hecho que Claudia es organizada. No me percaté que le causamos dolor y ella no se dio cuenta tampoco de la tristeza que nosotros sentíamos.

Claudia se casó con Trent después de cuatro años de noviazgo en Junio del 2006 y a pesar de estar feliz por ella sentí un vacío terrible en la casa. Nunca había tenido la oportunidad de entregarle el cien por ciento de mi tiempo, mis oídos y todo lo que una madre hace por los hijos. Se veía hermosa en la Iglesia y en la recepción. Nunca ella se imaginaría todo lo que nosotros tuvimos que pasar para que disfrutara de su día. Claudio se tuvo que ir a un hotel la noche anterior para que al día siguiente dos cuidadores especializados fueran por Cristóbal. Tuve que dejarles ropa adecuada para que llevaran a Cris a la fiesta cuando estuviera a punto de terminar y así no perjudicarle la noche a su hermana como cuando Claudia cumplió los 21 el año anterior. Cris le arruinó todo con un ataque de frustración que le duró como media hora. Nunca antes había visto a Claudia tan humillada y enojada con Cris y eso que lo amaba profundamente. Trent ayudó mucho en el tiempo que estuvieron de novios porque el fue y es una excelente pareja para mi hija. Para nosotros es como un hijo más que llegó a ser parte de la familia. Por lo mismo ahora trataríamos de evitar cualquier inconveniente para mi hija. Era el día de su boda, algo que debemos recordar con alegría y no con amargura.

Abandono de mi hijo y el apoyo de Dios

Nunca pensé que podría hacer lo que estaba haciendo. Me sentía tan cansada, que cuando le hice las maletas a mi hijo no lo pensé dos veces. En ocasiones se me pasaba, me enojaba y luego a los segundos se me quitaba, pero esa mañana del Lunes 4 de Septiembre del 2006 hice lo que jamás habría pensado hacer. Al menos no de esa manera. Tan es así que mi marido se sorprendió con mis palabras cuando lo llamé por teléfono a su trabajo. Decidí dejarlo en el centro de atención y decirles que ya no podíamos atenderlo porque el agotamiento ya había rebasado todos los límites.

Yo lloraba desesperada y mi hijo me miraba con mucha incredulidad. Se había levantado llorando y gritando sin motivos y esto se venía repitiendo por muchos días, y nos tenía medio desequilibrados. Esa mañana me dio un golpe en la cara,algo que nunca había hecho antes. A pesar de todas esas frustraciones seguía confiando en que Dios intervendría. Cuando Cris era pequeño le pedía sanidad y ahora sólo le pedía que por favor lo mantuviera en silencio unos momentos. No había respuesta, Dios estaba mudo.

Por muchos años pensé que era una mujer de fe. Ciertamente la tenía, confiaba en Dios y creía ciegamente que Dios pondría su mano en Cris y que lo sacaría de su autismo, pero de a poco se fueron desvaneciendo mis esperanzas. La vida fue más fácil cuando acepté el hecho que tal vez nunca vería a mi hijo normal aquí en la tierra. Era demasiado notorio su autismo, y su comportamiento compulsivo empeoraba conforme pasaban los años. Mi hijo casi con 20 años, era un hombre niño, muy consentido quizá por nosotros sus padres. Vivimos en un país en donde los jóvenes se independizan muy rápido y para nuestra cultura, al menos para mí, mientras más tiempo permaneciera con nosotros sería mejor. Cristóbal siempre fue el centro de atención por sus constantes demandas y por su discapacidad. Nos hizo felices, pero nos causó muchas penas.
Esa mañana sentí la obligación de romper el silencio y lo hice ruidosamente en forma involuntaria. Hay muchos padres que están sufriendo y que por temor a lo desconocido, en vez de ayudar a sus hijos, les ponen mas cadenas.

Me han comentado los psicólogos, que Cristóbal es autista pero es muy inteligente, y es esa inteligencia lo que lo frustra más porque sabe muchas cosas que no puede comunicar y se desespera. Así estaba esa mañana en la cual no pude soportar más y decidí con todo el dolor de mi alma renunciar a él.

El día que entregamos a Cristóbal todos los profesionales que nos conocían se quedaron mudos de la impresión. Sabían el amor que le tenemos y nunca pensaron ni por un segundo que daríamos ese paso aún cuando mi hijo fuera tan difícil y problemático. Por lo mismo, cuando las autoridades se enteraron que habíamos "abandonado" a Cris, todos llegaron ofreciendo su ayuda. Nunca me sentí tan desilusionada de las personas como ese día en que dejé a mi hijo. A la semana de estar en ese lugar, Cris se dio cuenta que no volvería a casa y sus reacciones fueron autodestructivas. Se castigó, se rompió las manos con los dientes y se pegó en la cabeza. Yo le suplicaba a Dios que amortiguara todo golpe que pudiera darse y que no permitiera que se dañara. ¿Por qué tuvimos que llegar a esto para ser escuchados? ¿No hubiese sido más fácil habernos ayudado antes? Fue tan traumática esa separación que aún me salen lágrimas al recordarlo a pesar de creer que Dios estaba al control, no podiamos evitar sentir frustración.

A cinco minutos de mi casa hay unas parcelas grandes muy bonitas. Pienso que Dios intervino de nuevo porque nos dijeron que habían comprado una casa con cinco dormitorios para acomodar a Cris y a tres niños más. No estaba terminada así que tuvieron que llevarse a mi hijo a Camberra a tres horas de mi casa en coche. No lo vimos en un mes y cada minuto que pasaba era una agonía. Todos los días queríamos ir corriendo a buscarlo para abrazarlo, quererlo y cuidarlo. Pero no lo hicimos: no podíamos retroceder. Era por su bien, para que aprendiera a vivir sin nosotros, para que tuviera una mejor calidad de vida con personas especializadas, con ayuda permanente y con todos los beneficios que recibiría al haber sido abandonado por sus padres. ¿Cómo se lee? Horrible. Tuvimos que abandonar a Cris para que recibiera ayuda del gobierno pero todo esto estaba dentro de los planes de Dios que muchas veces no alcanzamos a comprender en el momento.


Pasado el mes sagradamente todos los Sábados fuimos a verlo, y era agotador, porque era un viaje largo.
Nos llamaron un Miércoles por la noche y nos dijeron que el niño estaba enfermo y que todo lo vomitaba pero que no fuéramos porque no le haría bien vernos. Cuando fuimos el Sábado siguiente, estaba tirado en la cama sin deseos de levantarse. Sus ojos tan tristes me impactaron porque además de verse desamparado, estaban llenos de lagañas y secos. Su pelo húmedo y su cama desordenada me causaron mucha angustia. Sentí una tremenda impotencia y unos deseos grandes de traérmelo a casa, pero algo me detuvo y yo sé que fue Dios. Lo primero que hice, fue ungirlo con aceite, y le pedí a Dios protección y salud para mi hijo. La persona encargada, una mujer de unos 60 años, muy preocupada nos pidió que nos quedáramos en un Hotel en Canberra, a metros de la casa. Por supuesto, aceptamos.

A pesar de eso tenía paz y me refugié en Cristo, mientras las lágrimas salían solas por mis ojos. En medio de la tormenta, Dios se manifestó, porque cuando me recosté en el pecho de mi hijo, él comenzó a acariciarme el cabello y lo sentí muy cerquita. Clamaba a Dios que no me faltara la fe, y me animaba pensando que lo que estaba viendo con mis ojos era sólo lo físico porque en lo espiritual, mi hijo estaba siendo cuidado por los ángeles de Dios. Nos volvimos el Domingo por la tarde.

En casa seguíamos rogando con mi esposo y ayunamos juntos por su salud. Llamé a Camberra el Lunes por la noche, y mi hijo estaba un poco mejor. Llamé el Martes por la tarde y ya se había mejorado y regresado a las actividades normales. Gracias a Dios, porque aunque fue un virus que lo atacó, por su autismo todo se complica, tanto para él como para sus cuidadores.
Le doy gracias a Dios porque me respondió y aprendí en forma práctica que no debemos jamás soltarnos de Su mano.
La vida sigue


Me gusta mi nombre, y me gustó más cuando me dijeron que significaba "seguidora de Cristo". Eso quiero ser yo, seguidora, pero más que seguidora, quiero ser discípula de Jesucristo. Para eso, hay que pagar un precio y es dejar todo lo que nos aparta de Dios y empezar a buscar la santidad. No es fácil, considerando que la parte humana siempre desea ganar a la parte espiritual. Recuerdo que cuando tuve esa experiencia personal con Dios hubo muchos cambios en mi vida. Uno de los primeros milagros fue el dejar de fumar. La vida está llena de milagros diarios. El hecho de respirar es algo que no se puede pagar con todo el oro del mundo; lo mismo caminar, sentir, reir, de llorar etc.. Todas esas emociones, tan contradictorias, son parte de la vida y ninguna de ellas es menos valiosa que la otra, porque todas son necesarias para ayudarnos a madurar.

Mi hijo estuvo 6 meses en Camberra y lo disfruté los últimos dos Sábados que estuvimos juntos en esa ciudad. Caminamos a la orilla del lago y lo besé y abracé mucho. Me dejé llevar por el día que estaba hermoso y con un sol radiante y fui muy feliz. Solo de verlo sonreir y de comer hamburguesas, me causó una profunda satisfacción. Cuando estuve en su dormitorio, ungí su ropa y todas sus cosas con aceite. Lo mismo las ventanas y puerta. Mientras ungía, sentía la Presencia de Dios que inundaba ese lugar y supe que mi hijo estaría siempre bien cuidado y protegido.

Todavía no podía sobreponerme a la separación y hubo instantes en que me desesperaba. En esos momentos me ponía a cantar y alabar a Dios. Si no podía cantar, me sentaba y en silencio le pedía que me abrazara. Ahora entiendo por qué Dios permitió que Cris se fuera un poco lejos. No podíamos correr a él, nada podíamos hacer, sólo confiar ciegamente creer con el corazón que Él lo estaba cuidando. Mi salud me cobró las noches de insomnio y las defensas me bajaron. Me sentí mal, pero igual alababa a Dios porque sabía que estaba pasando un proceso de renovación y que luego de unos meses, iba a estar lista otra vez para emprender el vuelo. No para agitar las alas desesperadas, sino planeando en los aires como un águila, segura y confiada. Creía que eso me pasaría y no tenía temores, ya que me sentía agradecida de Dios por Su inmenso amor y misericordia para conmigo y mi familia.

Recibí fuertes ataques de personas amigas y me sentí desilusionada por la incomprensión de seres queridos. Pero al mismo tiempo un grupo de personas de la Iglesia estaban orando por nosotros y eso nos ayudó mucho. La vida nos entrega experiencias malas y buenas, porque de esa manera comprendemos mucho más cuánto nos ama Dios y que es el único que nunca nos dejará y siempre estará a nuestro lado. Llega un instante en que nos quedamos solos pero es en esos momentos que más sentimos la Presencia de Dios.
Mi mala salúd


Al ver a mi hijo tan enfermo, yo también decliné. Comencé a caer como el agua de una fuente y nadie pudo detenerme. En esos momentos de total oscuridad, en vez de clamar sanidad, lo único que tenía en mente era querer estar con Dios. Pensé: "Estando con Dios, ya no tendré que estar sufriendo por nadie". No se puede evitar en el curso de la vida el atravesar senderos de soledad, de tristeza y de abandono total.

Allí nos damos cuenta qué insignificantes somos los humanos pese a tanta altivez. Somos como la hierba, que nace y muere sin dejar rastros. Me enfermé de gravedad y estuve varios días hospitalizada. Los médicos dijeron que era consecuencia de todas las tensiones emocionales y que mi cuerpo no deseaba seguir funcionando. De no ser por el gran amor de Dios, por Su paciencia infinita, --Su bondad, Su tolerancia para conmigo, no sé qué hubiera sido de mí. Tuve que ser intervenida quirúrgicamente y de nuevo estuve al borde de la muerte, como cuando mi hijito cumplió dos años y comencé a sentir muchos dolores en el útero. Eran tan intensos que me desmayaba cuando me tocaban, así que de urgencia me llevaron a una clínica y me encontraron que tenía un embarazo tubario. Ya había sufrido otro embarazo similar antes que nacieran mis hijos, y en esa oportunidad, estuve igual de grave o peor, porque estos embarazos no dan aviso, así que en cualquier momento puede venir un desenlace fatal. Por eso debo agradecer mucho a Dios por darme vida, para poder atender y cuidar de los dos hijos que me dio, de otra manera habrían quedado huérfanos. En ese tiempo estábamos haciendo los trámites para venirnos a Australia y estábamos viviendo con mi madre.

Pasaron los días, y lentamente me fui levantando. Perder a mi hijo fue como perder la vida y ya nada tenía importancia, ni todos los dolores sufridos con anterioridad se comparaban a esta pérdida por eso Dios tuvo que darme de nuevo deseos de vivir.

Mi hija Al ver las fotos de su hermano cuando nos visitaba, se le llenaban los ojos de lágrimas. Ella no es de expresar emociones así que se las secaba rápido y cambiaba de tema. Me preguntó una vez si yo pensaba que el hermano la había olvidado y le dije que por supuesto que no. Que el hermano la amaba pero que no sabía expresarlo.

Mi querido esposo también pasó lo suyo y para él debe haber sido muy difícil. Era el amigo y compañero de mi hijo. Salían juntos, nadaban, corrían, paseaban muchas veces los dos solos.
No puedo haber tenido un hombre mejor que él. Ha sido el mejor amigo, compañero y padre. Mentiría si dijera que no tuvo parte en esta historia pero por respeto a su privacidad debo reservar algunas cosas para nosotros. Los hombres son diferentes, son más literales y menos emocionales. Esa es la imágen que tenemos, que los hombres no lloran. Pero la realidad es otra muy diferente porque los varones son tan sensibles como las mujeres y la carga la llevan por dentro. Para nosotras es fácil expresarnos: tarde o temprano nos saldrá todo fuera. Mi esposo ha cumplido el rol de padre y de hombre de la casa. Siempre atento a nuestras necesidades y a las necesidades de sus hijos, cuidando, apoyando y sosteniéndonos.

En la habitación de Cris, Claudio abrazaba las sábanas y lloraba amargamente acariciando su ropa y abrazados nos consolábamos mutuamente.
Los ojos los teníamos rojos todo el tiempo y él evitaba decaerse en frente mio. Se mostraba fuerte y hasta quería bromear para animarme. Yo sabía lo que estaba sintiendo pero mejor guardaba silencio. En medio de esto tan desastroso, sentíamos paz. Algo nos decía que habíamos hecho bien, que todo estaba en orden, que Cris maduraría y que sería cosa de meses que se acostumbrara. Trató de apoderarse de nosotros un sentimiento de culpa que rechazamos enseguida. El autismo de Cris no era nuestra culpa, él había nacido así por cosas de la vida. Ni por un instante blasfemamos contra Dios porque Él no responsable de que la raza humana se haya degenerado y nosotros suframos las consecuencias.

Recuerdo que una noche yo estaba charlando con Dios y de pronto me imaginé sin motivo una Universidad muy conocida y famosa de Inglaterra. Luego escuché que alguien me dijo: "Tu hijo está en la Universidad de la vida y yo soy su profesor". Luego sentí un remanso de paz indescriptible y profunda. Se me estaba quitando el temor porque mi fe se fue acrecentando conforme pasaban los días. Claudiol y yo nos unimos más que nunca y nos conectamos en forma increíble. Nuestro matrimonio sobreviviría a esta crisis y eso fue algo que nos motivó a seguir juntos como siempre, por nosotros y por nuestros hijos. El amor que nos sentíamos era grande pero nuestras vidas giraban en torno a Cris y no había demasiado tiempo para nosotros dos.


Mi vida espiritual


Todas las personas reaccionamos ante los problemas en forma diferente. A Claudio le gustaba caminar con Cris y trabajaba en la madera. Él diseñó e hizo todos los muebles que tenemos en casa. Eso le ayudó bastante a mantener su mente ocupada. A veces ponía a Cris a clavar clavos en pedazos de madera a riesgo que tuviera un accidente pero nunca pasó nada. A Claudia le gusta la música y ella se dedicaba a escribir canciones y poemas. Pasaba largas horas en su habitación cantando al mismo tiempo que Cris gritaba a todo pulmón en la otra sala. Personalmente mi manera de reaccionar era siempre charlando, orando o rezando a Dios. Lo pongo de todas maneras para que se entienda. Cuando la familia dormía yo me levantaba y conversaba con Dios y descansaba en Él.

Varias veces me preguntaron cómo hacíamos para lograr un poco de paz y el hecho es que en la hallábamos en la lectura de distintos pasajes de la Biblia. Dios siempre está atento a nuestras peticiones y nosotros no pedíamos más que consuelo. También hacíamos oraciones juntos como familia, para que Dios nos renovara cada día y nos fortaleciera. En la Biblia Jesús prometió en el Evangelio de Juan 14:16-17:

Y yo le pediré a Dios el Padre que les envíe al Espíritu Santo, para que siempre los ayude y siempre esté con ustedes. Él les enseñará lo que es la verdad. Los que no creen en Dios y sólo se preocupan por lo que pasa en este mundo, no pueden recibir al Espíritu, porque no lo ven ni lo conocen. Pero ustedes sí lo conocen, porque está con ustedes, y siempre estará en medio de ustedes.

Yo en mis oraciones: Nosotros creemos en tí así que por favor mándanos el Espiritu Santo para que nos consuele y viva en nosotros.

Y Dios lo hizo porque al leer de nuevo este pasaje estoy segura que de no haber sido por ese consuelo diario no estaría hoy contando esta historia. Hay demasiados detalles que me he saltado como los cientos de peligros que Cris pasó y de los que fue librado milagrosamente.

Ahora me estaba convenciendo que Dios provocó esta situación con Cris, el cansarnos de tal manera que tuvimos que "abandonarlo" para llamar la atención de las instituciones pertinentes. Esa mañana en que lo llevé al Centro de Cuidados dije en voz alta: No estoy entregando a mi hijo en manos de hombres sino en Tus manos.

Por primera vez daba un verdadero salto de fe, con dolor, con miedo, con angustia, pero interiormente confiando el cien por ciento en que Dios lo cogía entre Sus brazos. Humanamente era un caos pero dentro de mí existía la seguridad total de que Dios haría algo por nosotros.

Me puse a meditar en un verso de la Biblia que leí hace muchos años antes de creer en Dios y es el siguiente:

Ustedes no han pasado por ninguna prueba que otros no hayan tenido. Y pueden confiar en Dios, pues él no va a permitir que sufran más pruebas de las que pueden soportar. Además, cuando vengan las pruebas, Dios mismo les mostrará cómo vencerlas, y así podrán resistir. (1 Corintios 10:13).

Con la Biblia en la mano y leyendo en voz alta estas promesas recibía consuelo y esperanza de que todo se arreglaría. Leí que todas las cosas ayudan a bien a los que le aman. Yo lo amaba, entonces si era verdad lo que me decía la Palabra de Dios todo llegaría a buen fín.

Decidí comenzar de una buena vez a creerle, pero esta vez no el 50, 60 o 70 por ciento, sino completamente. Puedo decir que las puertas se abrieron para mi hijo de par en par y de todas partes llegaron autoridades a tendernos la mano.

Es bueno recordar los momentos de nuestras amarguras pasadas para que no olvidemos nunca de dónde Dios nos levantó.

Confiar en Dios no significa menos sufrimiento o más alegría. Tener fe no significa negar una realidad o inventarse una vida en los aires. Tener fe es sobreponerse a las situaciones difíciles y aprender a enfrentarlas y confrontarlas sin miedo. Es caminar por sobre las aguas creyendo en que no te hundirás. Esa fe a mi me costó 20 años de lágrimas y unos minutos de decisión que cambiaron el rumbo de nuestras vidas. Si puedo ayudar de alguna manera a compartir esta fe de madre, lo haré mientras viva. No es posible vivir con un hijo autista solos y desamparados de la sociedad. No es justo para los niños, no es justo para los hermanos, no es justo para los padres.


Mientras Cris vivía en Camberra, aqui estaban preparando la casa que nos habían ofrecido para él. Cuando nos lo dijeron, Claudio saltó de la silla. Luego recordamos que muchos años antes caminando por ese barrio le dijimos a Dios que nos gustaría que Cris tuviera una casa en ese lugar porque es sólo a cinco minutos de nuestra casa. Nos gustaba soñar y hacernos ilusiones con el futuro de Cris siempre pensando en su bien. Y ahora se estaba cumpliendo uno de nuestras mas grandes ilusiones. Tenerlo bien cerca.

A los seis meses regresó Cris a su nueva casa. Cris tiene dos habitaciones, una en nuestra casa con todo lo que dejó antes de irse y otra en la que ahora vive, con todo lo que necesita. No tenemos que pagar porque el Gobierno le da su pensión de invalidez y el 75 por ciento de su entrada es para renta y alimentación. El resto lo usamos en sus medicinas.

Tuvimos un proceso de duelo que duró un año entero porque nos costó mucho acostumbrarnos a la idea de vivir separados. Nuestra vida había girado en torno al niño y ahora no sabíamos como enfrentar la nueva situación.

Los silencios en la casa eran insoportables y extrañaba a mis dos hijos, sus llantos y sus risas. Yo me decidí a estudiar para asistente de enfermería y Claudio comenzó a buscar trabajo con poca suerte. Teníamos que aprender a vivir de nuevo.

SEGUNDA PARTE Y FINAL